En casa en medias

A los diez años andaba por la casa siempre en medias.

—Alejandro, ¡los zapatos! —dijo mi mamá con severidad un sábado o domingo hacia el medio día—. Tú tía Marta viene a visitamos, ¡apúrate!, ¡en nada llega!

—¿Por qué me tengo que poner los zapatos? ¿Qué tiene que ver?

—Por educación y respeto, Alejandro, –dijo y suspiró–. Sin zapatos es como si no te hubieras acabado de vestir.

Treinta-y-pucho años después, Marta, bien conservada, vino de visita a Suiza, a conocer a Flurín, mi hijo. Él aprendía a gatear.

—Discúlpame, Martica —me escuché decirle en la entrada a mi apartamento—. ¿Te podrías quitar los zapatos?